Qingdao
Tras una larga pájara blogueril, vuelvo a la carga con una de viajes.
Este finde he estado en Qingdao, a escasas dos horas en autobús desde mi ciudad.
Qingdao es la ciudad más grande de la provincia de Shandong, se calcula que actualmente tiene más de ocho millones de habitantes. Es una ciudad preciosa, muy desarrollada, bañada por el mar Amarillo, con grandes rascacielos y anchas avenidas a rebosar de tiendas internacionales. La de ZARA, impresionante.
Lo que realmente llama la atención del turista (y aquí hay muchos) es el casco antiguo de la ciudad, que parece trasladarte directamente al centro de la más auténtica Baviera. Mirad:
La razón es bien sencilla: en 1897 los alemanes tomaron la ciudad como puerto principal desde el cual controlar sus intereses en Asia, y de allí no se movieron hasta 17 años más tarde. La impronta que dejaron es innegable. Arquitectónica, claro. Ahí está la parte más antigua de la ciudad, pegando al puerto, donde los edificios son de un estilo alemán inconfundible. Te sumerges en esas calles, tan bien empedraditas; entras en una iglesia protestante o en una católica, donde la misa puede oírse en inglés; te compras una bratwurst en los miles de puestecillos que hay por doquier. Si a todo ello le sumas unas cuantas TSINGTAO (la cerveza local), ya me dirás tú si no te sientes como en Münich o alrededores.
Pero la influencia germana también se extiende a los hábitos y costumbres de la gente de Qingdao. La joya de la herencia es, sin duda, la cerveza.
Se ve que los colonos de la época echaban tanto de menos a su querida patria que decidieron embriagarse de felicidad exportando su maravilloso líquido amarillo. La tradición cervecera no se ha perdido con el paso de los años, más bien al contrario. TSINGTAO (en la fotografía), fundada en los albores del siglo XX por un grupo de nostálgicos alemanes, es hoy, para muchos chinos, la mejor cerveza del país, amén de ser la carta de presentación de la ciudad. Y no está mal de precio, al menos en la región. Prueba concluyente del arraigo cervecero es el famoso festival de la cerveza que se celebra en el mes de agosto, que ya me ha recomendado más de una persona, al más puro estilo Octoberfest.
Bien, pues en mi breve estancia en Qingdao (repetiré), me quedé a dormir en casa de uncoachsurfer filipino, de 38 años, afincado en la ciudad desde hace seis. Con él y con un par de amigos más, disfruté de la night life de allí. Estuvimos en un garito chulísimo: una especie de teatro para pijorris (el filipino tenía una tarjeta VIP) con música en vivo, bailes, sketches cómicos (para los chinohablantes) y espectáculos de magia. Lo que más me gustó fue una manita múltiple (eran como cuatro manos superpuestas) de juguete que me dieron, que ya me hubiese gustado birlarles (fue misión imposible), con la que, con un ligero movimiento, el entregado público ovacionaba a los artistas sin tener que dejarse las manos en ello.
En fin, lástima que no tuviese cámara de fotos para eternizar algunos momentos. De esta semana no pasa. A falta de Papá Noel y de Reyes Magos (lo que daría por recibir uno de esos despiadados caramelazos en la malograda pero añorable cabalgata de Ciudad Jardín), he decidido autorregalarme una Canon.
Dos wikileaks (porque yo no voy a ser menos):
- Navidades. Tenemos programadas dos fiestecillas para estos días. Una de ellas este mismo viernes, con nuestros alumnos: bailes, karaoke y demás numeritos bajo cero. Lo mejor es que el menda se ha comprometido a cantar, junto a otros tres profes extranjeros, el himno de la ciudad. En fin, entrecomillaré “cantar”. Ellos cantarán (hablan chino) y yo haré playback.
- Caída. Hace dos semanas me pegué un porrazo digno de “Solo en casa”. Para mi fortuna, estaba solo. El fatal accidente ocurrió en el aula donde suelo dar clase, cuando, por amor desmedido –amores que matan- hacia mi tierra natal (si “Cordobeses por el mundo” existiera, tendrían que visitarme), intentaba colgar una bandera de la candidatura de CÓRDOBA 2016. Tranquilidad, ya estoy bien: me hicieron comprar unas mega tiritas con no sé qué potingue medicinal de la abuela curandera, me momifiqué el brazo izquierdo con ellas y el dolor se me pasó volando. Pienso comercializar estas tiritas milagrosas cuando vuelva a España, que nadie me robe la idea.