Y aquí estamos
Aún me cuesta creer que de verdad hice las maletas y me vine a un pueblo remoto de China perdido en las montañas. Pero aquí estoy. Antes de empezar el viaje, creé otro blog donde conté mis peripecias intentando conseguir el visado, pero por desgracia no puedo acceder a él desde aquí. Cosas de las restricciones. Por si a alguien le interesa, la dirección está aquí.
Sólo llevo aquí cuatro días, pero me han pasado tantas cosas que difícilmente podré contarlas todas en esta primera entrada. Estoy en Liǔlín, un pueblecito de 300.000 habitantes (igual que el "pueblo" de Córdoba de donde vengo) en la provincia de Shānxī. Voy a trabajar en un colegio privado y, junto con un portugués que también han contratado este trimestre, somos los dos únicos occidentales en toda la zona. Salir a la calle es toda una odisea: la gente se queda mirando, me pregunta de dónde soy (en chino, claro), me echan fotos y me llaman "beautiful". Ni la Angelina Jolie levanta tanta expectación, oiga.
De momento no he empezado las clases. Mientras me dan un piso en el campus, el colegio me ha instalado en un hotel (muy lujoso) que pertenece a la misma compañía. ¿Qué puedo decir? Estoy en un hotelazo sin trabajar y a cuerpo de rey. Desde luego no me puedo quejar.
Mi habitación en el hotel Lian Sheng.
Una de las cosas que más me llama la atención de aquí es la amabilidad de la gente. Es cierto que pueden ser algo cansinos con el tema de que soy extranjera y que resulta muy incómodo que seis personas se sienten a mi alrededor cuando como sólo para mirarme, pero luego son muy cariñosos y generosos. Hoy he salido a cenar con Emanuel (el portugués) y una pareja nos ha invitado a sentarnos con ellos. Después de comer nos han llevado a conocer a unos amigos y jugar al billar. Han pensado que quizás nos haría falta comida, así que también nos han llevado a un supermercado. Lo cierto es que me ha venido estupendamente porque me he comprado una botella de agua (agua de grifo no, gracias), unos noodles por si aprieta el hambre de noche y un termo para el té (todos los chinos tienen uno). Para terminar, hemos dado un paseo por el parque y "charlado" (teniendo en cuenta que apenas hablaban inglés y yo no paso de los número en chino, hemos tenido conversaciones muy curiosas).
Aquí son muy inocentes, por decirlo de alguna forma, y todos se dan abrazos y se agarran del brazo sin importar el sexo. Ver a dos chicos de la mano es muy normal y sólo quiere decir que son buenos amigos. Nada más salir del restaurante, y sin saber todavía siquiera nuestros nombres, la chica, Huihui, me ha cogido del brazo y me ha llevado por toda la ciudad.
En otro orden de cosas, me alegra decir que me estoy adaptando estupendamente a las comidas. Todo tiene un sabor diferente a todo lo que había comido antes. Aunque al principio choca, es fácil acostumbrarse y algunos platos están realmente buenos.
Festín en el hotel la primera noche en Liǔlín.
Se ha hecho tarde y mañana tengo que levantarme temprano por si tengo que ir al colegio, así que lo dejo por ahora. Dentro de muy poco, más anécdotas y más fotos.